Seis soles fue el precio del taxi desde el cruce de la av. Universitaria con la av. Colonial, Lima-Perú, hasta el cruce de la av. Tacna con Colmena. En ese lugar se encuentra el destino: el cine Colmena. Caín estaba un poco asustado., pero no por él, su 1.80 de estatura lo hacían un personaje de temer, salvo por la abertura entre sus dientes de conejo que lo caricaturizaban.Estaba asustado por llevar a su amigo.
La verdad, era la primera vez que iba a esa clase de cines: un cine porno. La preocupación por el qué dirán al ir con un chico como acompañante a dicha clase de cine era el recordatorio de que algo inusual estaba haciendo. Pasaron por las calles de Lima. Siguieron toda la av. Dueñas, hasta llegar a la plaza Dos de Mayo (lugar donde se puede encontrar toda clase de repuestos nuevos, encontrados, usados y tomados sin permiso para instrumentos musicales en cada desembocadura del óvalo). Aquí comienza la ex avenida Colmena, ahora llamada Nicolás de Piérola. Las casas se fueron adornando de un estilo colonial y de un color más monótono y el tránsito se volvió molestoso al cruzar la Plaza, a pesar de ser sábado. Estaban en una desembocadura tan angosta como para que transite un solo carro a la vez. Pero en Lima Perú, las normas lógicas de la razón no priman en el conductor de carro y son desafíiadas inventando un 2do carril.
La verdad, era la primera vez que iba a esa clase de cines: un cine porno. La preocupación por el qué dirán al ir con un chico como acompañante a dicha clase de cine era el recordatorio de que algo inusual estaba haciendo. Pasaron por las calles de Lima. Siguieron toda la av. Dueñas, hasta llegar a la plaza Dos de Mayo (lugar donde se puede encontrar toda clase de repuestos nuevos, encontrados, usados y tomados sin permiso para instrumentos musicales en cada desembocadura del óvalo). Aquí comienza la ex avenida Colmena, ahora llamada Nicolás de Piérola. Las casas se fueron adornando de un estilo colonial y de un color más monótono y el tránsito se volvió molestoso al cruzar la Plaza, a pesar de ser sábado. Estaban en una desembocadura tan angosta como para que transite un solo carro a la vez. Pero en Lima Perú, las normas lógicas de la razón no priman en el conductor de carro y son desafíiadas inventando un 2do carril.
En todo Lima hay un total aproximado de 11 cines porno oficiales distribuidos en varios distritos. Quién sabe cuántos habrá sin serlo. Nombres como Cine “Central” en Lima, Cine “Ritz” en Breña y Cine “Patty” también en Breña, son algunos que adornan nuestra capital. Justo al frente del colegio “La Salle” está este último cine. Pareciera como si se hubiera puesto a propósito para satisfacer esas hormonas revoloteadas de los pre – adolescentes, adolescentes y porqué no, post-adolescente. Quizás, un profesor.
Terminó la procesión de carros y el conductor del taxi dijo: -“¿Los dejo cruzando?”- A lo que Caín contestó con entera ingenuidad: -“ehmm… ¿Sabe dónde está el cine Colmena?”- -“Acá al frente”- dijo el conductor señalando el cine al sacar su dedo índice por la ventana. Los intrépidos amigos se bajaron del taxi y dieron un largo vistazo al lugar: era un mini-óvalo, donde cruzaban la av. Nicolás de Piérola (ex–Colmena) y la av. Tacna. Los edificios eran muy altos en las cuatro esquinas. Muy parecidos en tamaño a los de Miraflores (distrito representativo de Lima), pero distintos en la modernidad de sus acabados y su perspicacia en la limpieza. Al costado del cine había un Casino. Las ventanas sucias y su poca iluminación dieron un aspecto a que estuviera cerrado, pero no lo estaba: sorpresivamente funcionaba.
Decidieron entrar. En letras gigantes decía: “cine COLMENA 1 y 2”. Lo curioso del cine era que se encontraba como parte de un edificio. Es decir, habían personas viviendo arriba de un lugar donde la intimidad no era individual, sino grupal.
Eran las 4:40 p.m. cuando entraron al cálido y callado lugar (al parecer, tenían buenas barreras de sonido). Lo primero que Caín pudo apreciar fueron las gigantografías de modelos, actrices y artistas conocidas, desconocidas y fallecidas que estaban distribuidas a lo largo del, a lo que vamos a llamar, “lobby”. Estaba Carmen Electra, Marilyn Monroe y simples actrices porno “sin nombre”. Pura publicidad y marketing. El lugar parecía un teatro antiguo. Estaba lleno de telones rojos que adornaban las esquinas y paredes.
Caín parecía estar incómodo. Es común en él preocuparse del qué dirán. De niño, cuando tenía 12 años, era un “Daniel el travieso” (tira cómica de los años 50 adaptada a dibujos animados y en filmes). Todos los profesores lo conocían como el “chico problema” del salón. Pegaba goma de mascar en el cabello de las niñas, escupía a sus compañeros, alzaba las faldas a sus amigas y no amigas, etc. Hubo una vez en que, al parecer, Caín se levantó sin esas ganas de molestar diarias que duraban 24 horas, porque hasta en sueños era travieso, y estaba tranquilo en clase. Mudo, sin baterías. Pero sus amigos no, los pequeños secuaces sí tenían esas baterías faltantes en Caín, y lanzaron un papelito tan arrugado hasta hacerlo una pelota de papel. Como imán al metal, el papel impactó directo en la nuca del profesor. Las risas irrumpieron la tranquilidad del aula… y la del educador también. Como en las películas de terror, cuando el monstruo voltea lentamente hacia ti, así fue como lo hizo el profesor. Pero su mirada no se fijó no en los temerarios niños que lanzaron el papel, sino en Caín, en ese niño que solo se reía por la hazaña de sus compañeros, como el resto de la clase. –“Afuera”- le gritó el profesor, sin dejar que el niño, agobiado por la falta de democracia y de libertad de expresión primara como leyes en el profesor, dejara que le explique su inocencia. Nunca más pudo entrar a su clase, literalmente. La siguiente y siguiente y siguiente clase, hasta terminar el bimestre, se la pasó escuchando las lecciones del profesor fuera del aula sentado en su carpeta. Los otros profesores, enterados del asunto, lo saludaban cada vez que lo veían. -“Buenos días, alumno. Atienda a clase”.- Le decían sarcásticamente. Desde ese día, siempre se ha preocupado por la imagen que brinda y no caer en malos entendidos.
Frente a los chicos parecía haber una caseta de “wachiman” (deformación de "watchman" muy usada en Perú para alusir a un vigilante) de cualquier esquina de barrio, pero quien custodiaba el cubículo no era un personaje de gorro vestido de marrón, sino una amable y coqueta boletera vestida con un polo turquesa. Su pelo estaba suelto, le llegaba hasta los hombros y era de color negro puro. Su tez era trigueña y tenía facciones autóctonas. La ética no era cosa de otro mundo en este lugar, o quizá era para evitar una multa: pegado a la caseta estaba un anuncio que mandaba a mostrar el DNI al pagar. Caín lo leyó como si se tratara de una broma.
Él le comentó que eran estudiantes universitarios y que le gustaría hacerle algunas preguntas. Era obvio que al decir esto la boletera no iba a soltar más que el vuelto. La señora dijo, entre risas cómplices que mejor no. El amigo de Caín intentó arreglar un poco el desatino de su compañero y calmó a la señora diciendo: -“no se preocupe, esto no va a salir en los medios”-. Pero ella siguió firme en su decisión. Se les acercó un señor, uno de los supervisores del lugar, y les dijo que se movieran de la cola porque había personas que querían comprar la entrada. Era lógico el apuro. ¿A quién le gustaría que lo vieran entrar a un cine porno? Sobretodo a dos señores que están a unos años de entrar a la tercera edad, con familia y una moral modelo a seguir. Ambos con canas y con apariencia de pasar los 50 años. Podrían ser, tranquilamente, uno de los padres de los muchachos.
Al parecer, en este lugar se habla poco y se ve mucho. En ningún momento ninguno de los señores abrió la boca, solo se acercaron a la ventanilla, dejaron sus cinco soles, les dieron de vuelto 50 céntimos y entraron a una de las dos salas que había (una en el sótano y otra en el segundo piso). Es de suponer que ya lo habían hecho muchas veces antes. Quizá el aproximado de 200 personas que van al día a ese lugar hacen lo mismo.
Siguiendo el ejemplo de los mayores, los chicos pagaron y les dieron unas entradas azules con letras negras. Muy formal para el lugar en cuestión. –“Sala dos”- les dijo la boletera, la cual nunca quiso divulgar su nombre. Antes de subir, se detuvieron a ver el lugar. Algo que no notaron al entrar fueron los nombres de las películas que se iba a exhibir ese día: “Anos sin uso”, “Sexo depravado”, “Todo vale en el sexo”, “Mi ojal chico” y otros cuantos más que dejan fluir a la parte más morbosa de la imaginación.
Comenzaron a subir por las escaleras que estaban tapizadas por una alfombra roja. Era increíble la semejanza con un teatro antiguo. Entraron a los baños. Olía tan mal que pareciera como si hubiera orinado un ciego sin ayuda. Un baño sin modestos acabados: dos urinarios, dos retretes y caños. El espejo incrustado en la pared, encima de los caños era una invitación a estar atractivo para cualquier ocasión. Una ocasión casual derrepente. Al salir siguieron el camino a la sala. Ya se podían escuchar unos ligeros gemidos femeninos. Típico de la clase de películas que estaban a segundos de ver. Se encontraban en una pre-estancia. Había dos espejos de gran tamaño: parecía sacado de película de terror. Parecía como si fuera a salir alguien del otro lado del espejo. Era, en realidad, perturbador. Eso dijo Caín, mientras se miraba al espejo.
Entraron a la sala. La vergüenza rebalsaba por Caín. La entrada a la sala no es por la parte de atrás, como en Cineplaet, Cinemark, Multicines UVK, etc., (cines de Perú) sino por la parte de adelante. Es decir, todos podían ver la desvergonzada alma del nuevo huésped del cuarto. Entró con cara seria, con cara de -“yo no vengo a estos lugares, por si acaso. Es para un trabajo”-. Una excusa por si acaso se encontrase con alguien conocido, ya que la capucha con la que había ido no era tan camufladora. Se sentaron en el medio de la sala, dejando una butaca entre ambos. Nunca se explicaron el porqué. La sala estaba 80% llena. La primera escena: dos chicas con rasgos asiáticos, muy parecidas, casi gemelas, eran arremetidas por un hombre fornido que no quiso mostrar su rostro. Un poco tímido el actor y director a la vez. Él manejaba la cámara y también… a las asiáticas. La espera y paciencia era la trama en esta película, ya que como buenas niñas tenían que esperar su turno para que alguien más la satisficiera. La sala estaba totalmente callada de voces, porque de ruido ni un poco. El cuero de las butacas sonaba. Sonaba y sonaba como si se hicieran fricción contra algo. La gente se movía, era eso. Pero qué exceso para moverse: el ruido no paraba. La bulla venía del fondo de la sala. Caín nunca miró hacia atrás. Su cara llegaba a un ángulo exacto de 90º a la derecha o izquierda. Respiraciones rápidas y suspiros iban, venían y se escuchaban. No venían de la película, sino del fondo de la sala, de la parte de atrás. Del lado oscuro. O almenos, eso fue lo que escuchó él. –“Asu”- decía con una ligera risa.
La 1era vez que Caín vio porno fue cuando tenía 11 años. Uno de sus amigos de su promoción del colegio hizo una pijamada por su cumpleaños en su casa. Después de jugar nintendo, comer pizza y tomar gaseosa, los chicos se “acostaron”. En el cuarto de Renzo, el cumpleañero, había un televisor. Renzo cogió el control remoto y prendió la TV.
-“¿Qué haces, Renzo?”- preguntó Caín con curiosidad y un poco fastidiado, porque querían seguir jugando nintendo.
-“Espera espera….ahorita lo encuentro”- dijo Renzo tratando de apaciguar la ansiedad de Caín.
Eran 5 chicos los de esa noche. Tres estaban echados en la cama y Caín y Renzo estaban en el suelo en sus bolsas de dormir. Al parecer, el dueño de casa y de cama la cedió amablemente. Llegó a un canal peruano, y los niños se quedaron atónitos con las imágenes ahí pasadas. Todos menos Renzo, que al parecer, ya había hecho eso antes. La sorpresa fue tan grande como si se hubiera descubierto que la tierra no era redonda, sino plana. Se quedaron boquiabiertos como cuando uno mira algo increíble. Y así lo fue. Caín se quedó pegado de la TV. todos esos minutos. Después de ese día, a la misma hora, cogía el control remoto, bajaba el volumen, apagaba la luz, y prendía la TV. en busca de una aventura televisiva en donde alguna mujer sea tan pobre como para no tener ropa.
Se comenzaron a escuchar gritos y silbidos. “-Esa noooooooooooo… esa ya la vimooooooooooos”- decía un desesperado por la innovación. “-Yo no la he visto pe, déjenla ahí”- gritaba otro. Los chicos se reían. Pero la risa se acabó cuando un alarido gemido irrumpió el lugar. El gemido no era lejos, sino era una fila más atrás de ellos. Los chicos voltearon apenas la cabeza para poder ver de reojo la escena. Como en la película, parecía haber un Sr. que trataba de imitar al actor en su escena llena de placer y gozo auto infligida . Solo que en este caso, no había mujeres en la costa, ni en la sierra, ni en la selva. Estaba solo. Él, los chicos, y todo el resto de personas.
Al cabo de un rato, los chicos se fueron de la sala. Al parecer estaban aburridos. Caín bajó las escaleras y le dijo a su amigo que iba a ir al baño. A ese baño donde los que limpian son mancos. Al entrar al lugar lleno de luz blanca y losetas percudidas, un golpe fuerte se escuchó. Salía de uno de los dos cubículos del baño. Un hombre de 1.83 aproximadamente, porque era más alto que Caín, robusto, de tez trigueña, salía de ahí con las manos en su cierre de pantalón tratando de subírselo. Una escena normal y común en un baño masculino, salvo por notar la sombra de un hombre pasándose por debajo del cubículo hacia el otro. Se abrió la puerta, y como si fuera un truco de algún ilusionista, apareció de un lugar en donde, hasta hace unos segundos, no había nadie. El joven tendría unos 18 años aproximadamente. Vestía un jean holgado y un polo a rayas. Sus facciones parecían de mujer, derrepente era por la depilación de sus cejas. Ni bien salió del cubículo, se dirigió hacia afuera. Nunca más se le vio. El hombre robusto que vestía jean celeste, chompa ploma y encima una casaca de cuero negra se lavó las manos, se secó sobre si mismo y se fue. La supuesta escena previa perturbaba la mente de los chicos.
Bajaron de las escaleras y volvieron a notar los nombres de las películas. Llegando al “lobby” se despidieron de la amable boletera, pero ella solo los miró. Al parecer, la amabilidad del joven que se esfumó hacía un rato rebozaba a la de la Sra. Los chicos salieron del lugar y se encontraban de nuevo en la av. Nicolás de Piérola. Todo seguía igual: los carros pasando, ambulantes vendiendo, cobradores de combis llamando pasajeros. Ambos se quedaron en la esquina para tomar un taxi, pero no sin antes divisar unas manos robustas y toscas que daban dinero a otras delicadas. El Sr. de casaca de cuero estaba saldando cuentas con el joven.
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